El universo no calla.
Respira en silencio, late en sombra, canta en luz.
Cada estrella es una sílaba del poema eterno,
cada galaxia, un remolino de sueños sin despertar.
Cuando la noche se despliega como un manto sagrado,
y los astros titilan como lágrimas antiguas,
sentimos que algo inmenso —y quizá sagrado—
nos mira desde lo insondable.
No somos ajenos a su ritmo:
nuestros cuerpos llevan polvo de estrellas,
y nuestros pensamientos nacen al compás
de un cielo que nos sobrepasa.
Aquí, en esta página, nos detenemos a escuchar.
Escuchar los latidos del universo.
Porque bajo su presencia,
todo temor se vuelve reverencia,
y toda duda, asombro.
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