En un rincón del mundo donde las dunas doradas se confunden
con los sueños, nace una historia fascinante que combina el misterio del
Oriente con el ingenio puro de las matemáticas. El hombre que calculaba,
obra del brasileño Malba Tahan (seudónimo del profesor Júlio César de Mello e
Souza), no es sólo un libro: es un encantador viaje de números, lógica,
acertijos y sabiduría envuelto en el aroma exótico de la antigua Persia.
¿Quién es “el hombre que calculaba”?
Su nombre es Beremiz Samir, un joven pastor que posee una
mente matemática tan prodigiosa como serena. Al igual que un sabio de Las mil y
una noches, Beremiz recorre el mundo resolviendo problemas con elegancia,
diplomacia y —por supuesto— aritmética. Pero sus habilidades van mucho más allá
de las operaciones básicas: transforma cada desafío en una oportunidad para
mostrar que las matemáticas pueden ser no sólo útiles, sino también bellas.
Desde calcular repartos justos entre herederos hasta
resolver disputas con ingeniosos razonamientos, Beremiz va deslumbrando a
califas, mercaderes y viajeros. Sus aventuras, relatadas por un narrador que lo
acompaña fielmente (al estilo de Watson con Sherlock Holmes), están cargadas de
moralejas, enseñanzas y un sutil humor oriental.
Un puente entre dos mundos
Lo que hace especial a El hombre que calculaba no es sólo
su protagonista carismático, sino la manera en que Tahan logra fusionar dos
mundos aparentemente opuestos: la aridez que muchos asocian con las matemáticas
y la riqueza narrativa de los cuentos árabes. Cada capítulo se siente como una
fábula, con problemas que parecen mágicos pero se resuelven con pura lógica.
Además, el libro no está pensado sólo para matemáticos.
Cualquiera puede disfrutarlo, aunque no sea amante de los números. De hecho,
muchos lectores lo descubren en la escuela como lectura obligatoria… y terminan
agradeciéndolo toda la vida.
Una joya pedagógica
Malba Tahan no escribió esta novela por casualidad. Como
profesor de matemáticas, buscaba despertar la curiosidad y el entusiasmo de sus
alumnos por una materia que a menudo se percibe como árida o difícil. Y lo
logró con creces. El estilo ameno, las anécdotas sorprendentes y la riqueza
cultural del relato hacen de El hombre que calculaba una herramienta
pedagógica disfrazada de cuento.
Incluso hoy, décadas después de su publicación original en
1938, sigue siendo uno de los libros más recomendados para introducir a los
jóvenes en el pensamiento lógico y matemático de una manera accesible y
divertida.
Un homenaje a la inteligencia
Más allá de su valor literario o educativo, El hombre que
calculaba es, en esencia, un homenaje a la inteligencia. No sólo la
matemática, sino también la emocional, la ética y la creativa. Beremiz Samir no
resuelve problemas para lucirse, sino para mejorar el mundo a su alrededor. Y
quizás por eso su historia sigue viva, recordándonos que pensar bien también
puede ser una forma de actuar bien.
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