A menudo decimos que alguien se quedó en los brazos de
Morfeo para referirnos a quien cayó profundamente dormido. Pero, ¿quién era
Morfeo? En la mitología griega, Morfeo era el dios del sueño, hijo de Hipnos
(el sueño) y nieto de Nix (la noche). Era quien aparecía en los sueños humanos
tomando forma humana. La morfina, potente analgésico que adormece el
dolor y sumerge al paciente en un letargo, debe su nombre precisamente a este
dios.
Narcisismo y eco de amor
El narcisismo, tan mencionado hoy en psicología y redes
sociales, tiene su origen en el mito de Narciso, aquel joven de
deslumbrante belleza que, al ver su propio reflejo en un estanque, se enamoró
de sí mismo y murió contemplando su imagen. La flor que lleva su nombre brotó
en el lugar donde su cuerpo fue hallado.
Y en la misma leyenda aparece Eco, una ninfa
condenada a repetir las últimas palabras que escuchaba. Despreciada por
Narciso, su cuerpo se desvaneció hasta no quedar de ella más que su voz. Así,
en una caverna o un cañón, cuando escuchamos un eco, también estamos evocando a
la enamorada abandonada.
Orestes, Tántalo y el peso del pasado
En los estudios psicológicos se habla del complejo de
Orestes como aquel que define a quien vive con una culpa persistente y
deseos de expiación. Orestes, hijo de Agamenón, mató a su madre Clitemnestra
para vengar a su padre y fue perseguido por las Erinias, diosas de la venganza,
hasta enloquecer.
Otro nombre que ha dejado huella es Tántalo, rey
condenado en el Hades a permanecer eternamente con hambre y sed, aun estando
rodeado de agua y frutas que siempre se alejaban de su alcance. De allí nace el
verbo tentar y el adjetivo tántalo, que alude a un deseo
insatisfecho o a la tortura de tener algo cerca, pero inalcanzable.
Pandemonio y pánico
El pánico no es solo una emoción desbordada; es
también un legado de Pan, el dios de los pastores y los campos, cuyo
aspecto era mitad hombre y mitad cabra. Su grito era tan estridente y aterrador
que causaba espanto entre quienes lo escuchaban. De ahí que al miedo irracional
y repentino se le llame pánico.
Y cuando todo parece caos y confusión, decimos que hay un
pandemonio, palabra formada por “Pan” (todo) y “daimon” (espíritu o
demonio). En su uso moderno, alude a un desorden ruidoso, infernal, como salido
del inframundo mitológico.
De titanes, ciclopes y gigantes
Cuando hablamos de tareas titánicas, evocamos a los Titanes,
dioses primigenios de enorme fuerza que lucharon contra los olímpicos. Lo gigante
remite también a seres míticos de proporciones descomunales, mientras que ciclópeo
proviene de los Cíclopes, aquellos monstruos de un solo ojo que, según
Homero, habitaban islas lejanas y comían carne humana.
Sirenas, odiseas y monstruos
Llamamos sirena tanto a las criaturas marinas que,
con su canto, encantaban a los marinos en la Odisea, como al dispositivo que
emite un sonido penetrante. Las odiseas, por su parte, hacen alusión
directa a las largas y difíciles travesías del héroe griego Odiseo
(Ulises para los romanos), cuyos viajes dieron nombre a toda empresa complicada
y repleta de desafíos.
Hipnotismo, caos y clímax
Hipnosis y hipnotizar derivan de Hipnos,
el dios del sueño. El caos, entendido como confusión absoluta o desorden
primordial, era, en la mitología griega, el estado inicial del universo antes
de que surgiera el orden. El clímax, por otro lado, era la “escalera” o
punto culminante del discurso, y en el teatro griego indicaba el momento de
mayor tensión en la tragedia.
Epílogo: ¿y los dioses? Siguen aquí, en nuestras palabras
Así pues, aunque los templos se hayan derrumbado y ya nadie
ofrezca sacrificios a Júpiter o libaciones a Dionisio, ellos no se han ido del
todo. Siguen hablándonos cada vez que decimos “lunes”, “bacanal” o “fénix”. Nos
habitan en los sueños, en el lenguaje, en la poesía, en la ciencia y en la
cotidianidad.
No hay oración cotidiana que no contenga, oculta entre
sílabas, la sombra de un mito. Y quizás, al reconocerlos, estemos también
reconociendo una parte de nosotros: la que aún cree, aún se asombra y aún
recuerda que las palabras tienen historia, y que esa historia —a veces— fue una
vez divina.
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