lunes, 26 de mayo de 2025

Los dioses que viven en las palabras (Parte II)

 


A menudo decimos que alguien se quedó en los brazos de Morfeo para referirnos a quien cayó profundamente dormido. Pero, ¿quién era Morfeo? En la mitología griega, Morfeo era el dios del sueño, hijo de Hipnos (el sueño) y nieto de Nix (la noche). Era quien aparecía en los sueños humanos tomando forma humana. La morfina, potente analgésico que adormece el dolor y sumerge al paciente en un letargo, debe su nombre precisamente a este dios.

Narcisismo y eco de amor

El narcisismo, tan mencionado hoy en psicología y redes sociales, tiene su origen en el mito de Narciso, aquel joven de deslumbrante belleza que, al ver su propio reflejo en un estanque, se enamoró de sí mismo y murió contemplando su imagen. La flor que lleva su nombre brotó en el lugar donde su cuerpo fue hallado.

Y en la misma leyenda aparece Eco, una ninfa condenada a repetir las últimas palabras que escuchaba. Despreciada por Narciso, su cuerpo se desvaneció hasta no quedar de ella más que su voz. Así, en una caverna o un cañón, cuando escuchamos un eco, también estamos evocando a la enamorada abandonada.

Orestes, Tántalo y el peso del pasado

En los estudios psicológicos se habla del complejo de Orestes como aquel que define a quien vive con una culpa persistente y deseos de expiación. Orestes, hijo de Agamenón, mató a su madre Clitemnestra para vengar a su padre y fue perseguido por las Erinias, diosas de la venganza, hasta enloquecer.

Otro nombre que ha dejado huella es Tántalo, rey condenado en el Hades a permanecer eternamente con hambre y sed, aun estando rodeado de agua y frutas que siempre se alejaban de su alcance. De allí nace el verbo tentar y el adjetivo tántalo, que alude a un deseo insatisfecho o a la tortura de tener algo cerca, pero inalcanzable.

Pandemonio y pánico

El pánico no es solo una emoción desbordada; es también un legado de Pan, el dios de los pastores y los campos, cuyo aspecto era mitad hombre y mitad cabra. Su grito era tan estridente y aterrador que causaba espanto entre quienes lo escuchaban. De ahí que al miedo irracional y repentino se le llame pánico.

Y cuando todo parece caos y confusión, decimos que hay un pandemonio, palabra formada por “Pan” (todo) y “daimon” (espíritu o demonio). En su uso moderno, alude a un desorden ruidoso, infernal, como salido del inframundo mitológico.

De titanes, ciclopes y gigantes

Cuando hablamos de tareas titánicas, evocamos a los Titanes, dioses primigenios de enorme fuerza que lucharon contra los olímpicos. Lo gigante remite también a seres míticos de proporciones descomunales, mientras que ciclópeo proviene de los Cíclopes, aquellos monstruos de un solo ojo que, según Homero, habitaban islas lejanas y comían carne humana.

Sirenas, odiseas y monstruos

Llamamos sirena tanto a las criaturas marinas que, con su canto, encantaban a los marinos en la Odisea, como al dispositivo que emite un sonido penetrante. Las odiseas, por su parte, hacen alusión directa a las largas y difíciles travesías del héroe griego Odiseo (Ulises para los romanos), cuyos viajes dieron nombre a toda empresa complicada y repleta de desafíos.

Hipnotismo, caos y clímax

Hipnosis y hipnotizar derivan de Hipnos, el dios del sueño. El caos, entendido como confusión absoluta o desorden primordial, era, en la mitología griega, el estado inicial del universo antes de que surgiera el orden. El clímax, por otro lado, era la “escalera” o punto culminante del discurso, y en el teatro griego indicaba el momento de mayor tensión en la tragedia.


Epílogo: ¿y los dioses? Siguen aquí, en nuestras palabras

Así pues, aunque los templos se hayan derrumbado y ya nadie ofrezca sacrificios a Júpiter o libaciones a Dionisio, ellos no se han ido del todo. Siguen hablándonos cada vez que decimos “lunes”, “bacanal” o “fénix”. Nos habitan en los sueños, en el lenguaje, en la poesía, en la ciencia y en la cotidianidad.

No hay oración cotidiana que no contenga, oculta entre sílabas, la sombra de un mito. Y quizás, al reconocerlos, estemos también reconociendo una parte de nosotros: la que aún cree, aún se asombra y aún recuerda que las palabras tienen historia, y que esa historia —a veces— fue una vez divina.

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