martes, 27 de mayo de 2025

LA VIDA ENTRE EL ESPECTÁCULO Y LA REALIDAD: UNA MIRADA EN LA ERA DE LA VISIBILIDAD

 



Guy Debord, filósofo parisino que no tuvo la desgracia (o la suerte) de ver TikTok, Instagram y esas bestias sociales, ya nos advirtió hace décadas que nuestra sociedad estaba convertida en un gran espectáculo. Y vaya que acertó. Hoy en día vivimos en esa famosa “pantalla global” donde todos quieren aparecer, porque si no, es como si no existieran. ¿Te imaginas que en el futuro le digan a tus nietos: “¿No tienes Instagram? ¿Entonces ni existes?”? Eso o les explicamos que eras un rebelde offline, pero eso vende menos.

El problema es que esa necesidad de mostrarnos y validarnos digitalmente a toda costa puede convertirnos en meros espectadores de nuestra propia vida. Como cuando te pones a ver un maratón de fotos y videos de una fiesta en la que estuviste y te preguntas: “¿Pero yo, realmente, ¿me divertí o solo salgo bien en las fotos?” Porque, seamos sinceros, a veces la vida parece más un desfile de Instagramers que una experiencia vivida con sentido.

¿Vida pública vs. vida privada?

Ahí está la gran cuestión: ¿qué parte de tu vida es para que la vean todos y cuál es solo para ti? En las redes sociales mostramos la cena de Navidad con esos tíos que soportamos porque hay que hacerlo, o la fiesta de cumpleaños donde bailamos como si no hubiera mañana (aunque luego olvidemos la mitad de lo que pasó). Eso es la vida pública. Pero la vida privada… esa que nadie ve ni siquiera con filtro de Snapchat: cuando te levantas con la peor cara, sin ganas de nada, o cuando escribes pensamientos raros que no mandarías ni a tu mejor amigo, ni al vecino, ni a tu perro.

¿Están esas dos vidas en equilibrio? Si tu respuesta es “no”, bienvenido al club. Y ojo, que ese club no tiene redes sociales, solo café, libros y mucha reflexión.

¿La obsesión por mostrar todo?

A veces parece que la única razón para hacer algo es para poder mostrarlo. “¿Fuiste a un restaurante? Fotos. ¿Estás en una fiesta? Selfie. ¿Viste el atardecer? Video con canción dramática.” Y si no, ¿de verdad pasó? ¿O fue solo un invento de tu imaginación? La vida no debería ser un reality show permanente. No somos monitos adiestrados en un circo digital.

Y sí, puede que esto te suene un poco a sermón de abuelo gruñón, pero ¿qué hay de cierto? ¿Cuántas veces has sentido que te pasan cosas y el primer impulso es sacar el teléfono en lugar de simplemente disfrutar el momento?

Un experimento que puede ser revelador

Haz este ejercicio: entra a Facebook o Instagram y clasifica las publicaciones de tus amigos. ¿Cuántas son realmente interesantes o profundas? ¿Cuántas solo sirven para llenar un espacio vacío con “mierda digital”? Ahora haz lo mismo con tus propias publicaciones. ¿No te sorprende cuánto “ruido” generamos con contenido que, siendo sinceros, olvidaremos rápido?

Y no nos hagamos los santos. ¿Quién no ha caído en la trampa de mostrar solo la mejor versión, la foto más “cool” o la frase más ingeniosa para sumar likes y seguidores? Eso es el “sólo pose”, y vaya que es contagioso.

Un momento para la reflexión… y para el chisme

Ahora, pregunta del millón: si recibieras un video privado (como el famoso caso de Mónica Villamore), ¿qué harías? ¿Lo reenviarías de inmediato? ¿Lo publicarías? ¿O lo borrarías y pedirías que desaparezca para siempre? Esa pregunta es como un espejo que nos muestra hasta dónde estamos dispuestos a exponernos y, sobre todo, hasta dónde queremos que se exponga nuestra vida o la de otros.

Deja la cámara, vive el momento

Quizás lo más importante de todo este rollo es que empecemos a usar más los ojos (y los demás sentidos) para vivir, en vez de grabar, fotografiar y compartir compulsivamente. A veces no necesitamos documentar cada instante para que sea real o valioso. La vida tiene que sentirse, no solo mostrarse.

Por eso, dejo este consejo de abuelo digital: apaga la cámara, desconéctate un rato y disfruta el café, la charla o ese atardecer sin pensar en los likes. Eso, amigo, es vivir de verdad.

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