Imagina esto: estás a bordo de un cohete que se aleja sin freno hacia los confines del cosmos. Más allá de nebulosas, galaxias y el Spotify interestelar, te asalta una pregunta inquietante… ¿llegarás al borde del universo? ¿Y si lo haces, qué hay del otro lado? ¿Un muro? ¿Un cartel de “Aquí termina el todo”? ¿Un letrero de “Propiedad privada, no arrojar lanzas”?
Esta inquietud no es nueva. Hace más de dos mil años, Lucrecio, poeta y filósofo romano (99 a. C. – 55 a. C.), ya se devanaba los sesos con esta idea. Su solución fue elegante y perturbadora: el experimento de la lanza.
Según Lucrecio, si el universo tiene un límite, uno podría acercarse a ese borde y lanzar una lanza contra él. Ahora bien, si la lanza pasa el supuesto borde, entonces... bueno, no era el borde. Y si choca y rebota, entonces debía haber algo del otro lado que detuvo su avance, lo cual implica que ese “algo” también forma parte del universo. Conclusión romana: el universo no tiene fin. Es infinito. Punto para Lucrecio.
Pero claro, eso fue antes de que la física moderna llegara con sus ecuaciones, telescopios espaciales y cerebros fritos por la relatividad. Hoy la historia es más compleja.
Desde que un tal Albert Einstein nos sacudió con su teoría de la relatividad, entendimos que el espacio no es un escenario plano y aburrido. No, señor. El espacio se curva, como una hamaca cósmica, gracias a la gravedad. La Luna, por ejemplo, no gira alrededor de la Tierra porque esta la “jale”, sino porque el espacio-tiempo está curvado y ella, pobrecita, solo sigue la ruta de menor resistencia.
¿Te cuesta imaginarlo? Piensa en esas alcancías con forma de embudo gigante: tiras una moneda y esta gira y gira hasta caer al centro. La Luna es esa moneda, la Tierra es el embudo, y el espacio… bueno, ya entendiste.
Con esto en mente, si volviéramos al experimento mental de Lucrecio, la lanza no iría en línea recta hacia el fin del universo, sino que empezaría a orbitar, atrapada por la curvatura del espacio. Y si le das la fuerza suficiente, quizás logre escapar y se pierda en la inmensidad… pero nunca chocará con un “límite” sólido.
Ahora bien, ¿es el universo plano o curvo? Según las mediciones más modernas, como las del satélite WMAP (lanzado en 2001), el universo es, en términos generales, esencialmente plano. Esto significa que, en gran escala, la lanza seguiría viajando eternamente. Y esto, curiosamente, reivindica la intuición de Lucrecio: el universo, por lo que sabemos hoy, no tiene fin.
El físico Lawrence Krauss lo dice claro: si el universo es plano, entonces es infinito en extensión espacial. No hay paredes cósmicas. No hay letreros de “hasta aquí”. Hay, simplemente, más universo.
Pero aquí no termina el asunto. Porque si el universo es infinito… ¿cómo es que se expande? ¿Hacia dónde se expande algo que no tiene límites? ¿Y qué hay más allá de eso que se está “expandiendo”? ¿La nada? ¿Y si lanzamos una lanza contra esa nada… qué le pasa?
Preguntas para perder el sueño (o para debatir con café en mano):
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¿Crees que el universo debe ser infinito, como proponía Lucrecio?
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Si el universo es finito, ¿está rodeado por “nada”? ¿Tiene sentido esa idea?
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¿Tiene lógica lanzar una lanza a la nada absoluta, o es una contradicción en sí misma?
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Y si el universo es infinito… ¿significa que hay infinitas estrellas, galaxias… y quizás infinitas versiones de ti leyendo este blog?
La lanza de Lucrecio sigue volando. ¿Y tú? ¿Hasta dónde te atreves a lanzarla?
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